sábado, 16 de junio de 2018

Otro capítulo de Libros de Sal, de Benita López Peñate (Beginbook, 2010)






Dedicado a mi padre, Celedonio López Sánchez: aparcero y líder histórico de la lucha por las mejoras en la aparcería.






Un águila prepara su largo viaje:

posado en lo alto

—semblante enjuto y rasgos ancestros—

contempla la seriedad quieta del mar.

Dueño del primer aire que bordea las alturas

abre sus alas en el cortejo de atalayas.          

Vuela despacio la magnitud del agua.

Hay un hombre al otro lado

conversador de árboles y animales.


2

No lograron doblegar su tallo:
caminaba pozos
y hablaba con las raíces de los árboles:

.

3

Escultores de surcos,
con pantalón de tergal
y sombrero de palma
arman la tierra con el sacho.

Muy cerca
las cuarterías blancas
y  los socos de caña.

Las mujeres lavan en la acequia;
en majanos y liñas tienden la ropa.

Se avecina la zafra,
las cucañas se desandan.

Los tomateros se deshijan
y amarran a las cañas.

Flores amarillas
llenan de tomate
los fardos en la cintura.

Termina la zafra,
vuelven las cucañas
y los baños en la playa.

Cae la tarde,
baño de agua dulce
en el afluente de un risco.

Regreso a las cuarterías.
Velas encendidas en los patios.






Las playas del Sur saben del sudor y lágrimas aparceras, y por eso a veces se confunden y miran a las montañas creyendo ver allí fondos de sal y de agua.



3
Donde la isla abre los barrancos

y bebe de un trago el cielo,

estás tú:

comienza la danza del arado.

Los pozos se abren y gritan las acequias;

la maleza y las raíces muertas se desprenden

los cernícalos cantan  

y avanzan en tajaraste los dulces cauces

de savia verde y blanca.

Ningún árbol muerto en la tierra abierta.

Es la hora de la danza del trigo,

la tarde se desliza mansa  sobre los surcos.






4

Desnudo en la intemperie y no muere.
Tiene cuevas donde guarecerse.




5

Cementerio pequeño:
todos se conocen
y hablan entre ellos.
No están solos.




6
       
Dentro de mí las casas

de las personas que quiero,

pero ahora su casa es distinta,

esta mañana percibí su mudanza:

presencia en mi columna

de su casa nueva

Han sido muchos días buscándole

y la casa siempre vacía.





7

En la caja de tomate va mi sangre.

Pesa treinta kilos

y usted reconoce válidos diez kilos.

Deme la sangre que falta: es mía.



8
En las cajas de tomate

ondea la sangre

del sudor derramado en el surco.

Presencia el pesaje y exige la verdad.

Se aleja. El capataz lo apunta.


Las tres de la madrugada,

el viento ruge en los techos de plancha

y ladran los perros:

la Guardia Civil toca a la puerta.

La luna llena se desangra

y aúllan las tabaibas:

el hombre no ha llegado.

El alba está  fría,

la mujer destila su pena.

Asoma el sol en el agua,

por el camino de tierra 

el aparcero regresa.





9

Celedonio:

no existe el más allá,

y tú no puedes estar

donde nada existe:

estás aquí, en el lado de acá.





10
                                                        
No nos pertenecía,

éramos solo sus invitados;

invitados de honor,

invitados

de todos los días de su casa.

Solo era nuestro.





11

Si crees en el más allá de Dios

quítale el infierno

y déjale sólo el cielo

porque si no, más que consuelo

se volverá  tormento tu fe.

Toda la vida te han asustado con él.




12

Siempre será así, te seguiré recordando

aun después de tener mi tumba propia.




 13

En el entierro del padre  los dos confiesan comer tierra.

Desconocen la causa de esta costumbre de siempre.





14

La muerte la mordió.

Los cardones le arrancan la carne

y en canal abren su sangre.

Manojos de espinas escupe.

Los dioses la acompañan.

Asciende.

A los pies del cielo

llora la muerte del padre.

Él se acerca,

la toma en brazos

y al oído le dice:

La tierra no se arrastra.



15

¿Por qué vienes como un pájaro?

¿Porque ya no estoy triste?

Es que no sé cómo mirarte,

no te apoyas en la pared

ni en el horizonte como una montaña:

¡eres un pájaro,

no eres el gigante a quien me arrimaba!

Para sostenerte casi no te rozan mis manos,

 ¿no eres ya mi padre?






16

No la puedo querer,

no puedo querer a tu muerte;

fue gentil contigo,

no te despertó mientras dormías;

y fue discreta, ágil y sigilosa;

pero no fue elegante con nosotros,

tantos años hablando contigo

y al final ningún pensamiento sobre ella.





17

En el cementerio corre un barranco.
Lágrimas de vivos y muertos.



18
A dentelladas
(afilados los cuchillos de mis dientes)
arranco la maleza del suelo
 y escarbo.
Allá abajo,
en el centro de la tierra,
está mi padre:
pecho donde beben mis pies.




19

Es su muerte un perro en mi costado;
pero yo la quiero:
en sus mordidas tengo a mi padre.





20

Quiero la fuente donde brotaban tus ideas.
No me acostumbro a beber sin ella.

Mi alma es el sol

y mi pensamiento la luna,

por reflexión puedo verte:

el alma ilumina el pensamiento.






21

Tu ausencia  hace de mí un pantano,

ayúdame a recuperar la tierra.

Tengo las semillas,

las flores de más sol, de más luna;

las flores que hablan de ti, de mí,

de la gente, de toda la gente:

del adentro pequeño, del afuera infinito.

Ayúdame a diseñar el jardín:

dónde las flores de más luz,

de más sombra;

cuáles más cerca y más lejos del agua;

cuáles van juntas para que hablen entre ellas,

y cuáles son las más diferentes.

Ayúdame a conocerlas
,
y después andaremos juntos los pasillos:

a ratos en silencio, a ratos conversando

las páginas de un libro.






22

Para caminar el campo hay que conocerlo:

saber los caminos

y andar con respeto sus cauces;

saber los horarios,

cuándo el sol es solo para las piedras

 y los lagartos;

saber de las gaviotas que se alejan,

del cielo que se nubla 

y del aire inquieto;

saber dónde empiezan los precipicios,

las partes profundas reservadas al aire

 y al cielo que se agacha;

saber dar la mano a la tierra roturada,

a la ofrenda del árbol

y a la mano que estercola;

saber dónde se entrega mansa la luna

y el sol se descubre.






23

Aromas intensos

los interiores de las cosas más íntimas:

la ropa, la cama, los zapatos, el reloj...

Aromas leves

los exteriores que nos llevan a la casa:

la calle, la acera, el parque…

Aromas vivos o muertos.








24

Las estrellas muertas

continúan alumbrando el firmamento:

ya sé cómo verte.





25

No es tan difícil

este andar en tu ausencia:

en mi corazón tuviste estancia:




26

Un agricultor planta versos

y la lluvia los recita:

cielo pleno de letras.






27

Cómo no iba a quererte,

roca que hablaba

en sigilos de agua:

interior de piedra

de donde salían mis alas.

Tu aliento todo lo ablandaba.







28

Una margarita

destila en el recuerdo

tu sonrisa.

Qué lindo amor
mendigarte
aun después de muerto.
Martillo plateado

fijando sueños junto a la luna.







29


El limonero ha vuelto a tener fruto.

En las hojas veo tus manos de agricultor:

alguna noche pasaste por aquí.





30

- Quiero cultivar la paciencia en mi jardín

pero no sé cuál de las semillas dará mejor fruto,

ni si es la época o si tengo que esperar;

tampoco sé si la tierra tiene el fondo necesario

y las horas de sol en el patio son suficientes,

 si el agua de la llave es buena para las plantas

o si es mejor el agua de la fuente.
                                                           


-Eres una planta:

 tienes raíz, tallo, flores y fruto.

Y también fuiste una semilla.

Piensa lo que necesitas y lo sabrás.






31

De todas sus casas eligió solo una,

la más pequeña, la más humilde:

la caseta de madera a los pies de una montaña.





32

Peldaño a peldaño

y estoy en el cielo:

un paso,

tus pies;

otro,

tu ombligo;

y ya después,

el pecho

y por último

tu cabeza:

es aquí donde me lanzo.






33

La primera noche

después de tu partida,

una mariposa revoloteaba

en las paredes de mi habitación.

Me asusté y me fui al salón.

A la noche siguiente volví a escuchar

el sonido de sus alas:

encendí la luz, vi que era bonita

y le dije: ¡eres tú!, y me dormí.

Aquella tarde la ventana estuvo abierta.








34

Vamos a jugar.

No me digas un minuto,

una hora, tres segundos:

tenemos el infinito.

Yo te digo:

te quiero,

eres mi amigo,

mi árbol,

mi fuente.

Y tú me dices:

Siempre te querré,

hija de mi árbol,

de mi fuente.







35

Agua primera, naciente de luz

que antecede a todas las aguas:

la raíz de un árbol.




36
¡Mira! ¡Mira lo que tengo!
¡Son flores, flores que se abren
en mis dedos hacia arriba buscándote!
Te gustaban las flores
y por eso las siento para ti.
¡Tienen luz!
Y ya se desprenden,
y ya vuelan como si fueran pájaros:
pétalos de abrazos y de besos.




37
El mar continúa llegando en espuma blanca,
y siguen atentas las gaviotas
y viniendo las palomas.
El mismo cortejo blanco
y el mismo océano y espíritu de vuelo.
Han corrido los barrancos
y rebosan las presas;
la más grande, la que tanto te gustaba,
alcanza ya una altura de agua
igual a todas las aguas embalsadas juntas.
Las montañas se dejan acariciar
como algodones verdes,
y eclosionan las raíces en las semillas verdes,
el mismo invierno de aquella gabardina tuya
al escampar la lluvia.
Te cuento todo esto
para que sepas que todo continúa igual,
y que hemos tenido un año de agua.
¿Y tú, cómo estás? Igual, lo sé;
sigues apareciendo,
como la noche en que me enseñaste
a construir un nido en el pecho.
Te he visto muchas veces;
me sucede siempre en presencia de algunos sitios,
en las sombras frondosas de los árboles y de los riscos.
Te veo allí, risueño, diciendo adiós…
 BENITA LÓPEZ PEÑATE (Beginbook, 2010)




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