Un águila prepara su largo viaje:
posado en lo alto
—semblante enjuto y rasgos ancestros—
contempla la seriedad quieta del mar.
Dueño del primer aire que bordea las alturas
abre sus alas en el cortejo de atalayas.
Vuela despacio la magnitud del agua.
Hay un hombre al otro lado
conversador de árboles y animales.
2
No
lograron doblegar su tallo:
caminaba
pozos
y hablaba
con las raíces de los árboles:
.
3
Escultores
de surcos,
con
pantalón de tergal
y
sombrero de palma
arman la
tierra con el sacho.
Muy cerca
las
cuarterías blancas
y los socos de caña.
Las mujeres lavan en la acequia;
en
majanos y liñas tienden la ropa.
Se
avecina la zafra,
las
cucañas se desandan.
Los
tomateros se deshijan
y amarran
a las cañas.
Flores
amarillas
llenan de
tomate
los
fardos en la cintura.
Termina
la zafra,
vuelven
las cucañas
y los
baños en la playa.
Cae la
tarde,
baño de
agua dulce
en el
afluente de un risco.
Regreso a
las cuarterías.
Velas
encendidas en los patios.
Las playas del Sur saben del sudor y
lágrimas aparceras, y por eso a veces se confunden y miran a las montañas creyendo
ver allí fondos de sal y de agua.
3
Donde la
isla abre los barrancos
y bebe de
un trago el cielo,
estás tú:
comienza la danza del arado.
Los pozos
se abren y gritan las acequias;
la maleza
y las raíces muertas se desprenden
los
cernícalos cantan
y avanzan
en tajaraste los dulces cauces
de savia
verde y blanca.
Ningún
árbol muerto en la tierra abierta.
Es la
hora de la danza del trigo,
la tarde
se desliza mansa sobre los surcos.
4
Desnudo en
la intemperie y no muere.
Tiene cuevas
donde guarecerse.
5
Cementerio
pequeño:
todos se
conocen
y hablan
entre ellos.
No están
solos.
6
Dentro de
mí las casas
de las
personas que quiero,
pero
ahora su casa es distinta,
esta
mañana percibí su mudanza:
presencia en mi columna
de su casa
nueva
Han sido
muchos días buscándole
y la casa
siempre vacía.
7
En la
caja de tomate va mi sangre.
Pesa
treinta kilos
y usted
reconoce válidos diez kilos.
Deme la
sangre que falta: es mía.
8
En las
cajas de tomate
ondea la
sangre
del sudor
derramado en el surco.
Presencia
el pesaje y exige la verdad.
Se aleja. El capataz lo apunta.
Las tres
de la madrugada,
el viento
ruge en los techos de plancha
y ladran
los perros:
la
Guardia Civil toca a la puerta.
La luna
llena se desangra
y aúllan
las tabaibas:
el hombre
no ha llegado.
El alba
está fría,
la mujer
destila su pena.
Asoma el
sol en el agua,
por el
camino de tierra
el aparcero regresa.
el aparcero regresa.
9
Celedonio:
no existe
el más allá,
y tú no
puedes estar
donde nada
existe:
estás
aquí, en el lado de acá.
10
No nos
pertenecía,
éramos solo
sus invitados;
invitados
de honor,
invitados
de todos
los días de su casa.
Solo era
nuestro.
11
Si crees
en el más allá de Dios
quítale
el infierno
y déjale
sólo el cielo
porque si
no, más que consuelo
se
volverá tormento tu fe.
Toda la
vida te han asustado con él.
12
Siempre será
así, te seguiré recordando
aun
después de tener mi tumba propia.
13
En el
entierro del padre los dos confiesan
comer tierra.
Desconocen
la causa de esta costumbre de siempre.
14
La muerte
la mordió.
Los
cardones le arrancan la carne
y en
canal abren su sangre.
Manojos
de espinas escupe.
Los
dioses la acompañan.
Asciende.
A los
pies del cielo
llora la
muerte del padre.
Él se acerca,
la toma
en brazos
y al oído
le dice:
La tierra no se arrastra.
15
¿Por qué
vienes como un pájaro?
¿Porque
ya no estoy triste?
Es que no
sé cómo mirarte,
no te
apoyas en la pared
ni en el
horizonte como una montaña:
¡eres un
pájaro,
no eres
el gigante a quien me arrimaba!
Para
sostenerte casi no te rozan mis manos,
¿no eres ya mi padre?
16
No la
puedo querer,
no puedo
querer a tu muerte;
fue
gentil contigo,
no te
despertó mientras dormías;
y fue
discreta, ágil y sigilosa;
pero no
fue elegante con nosotros,
tantos
años hablando contigo
y al
final ningún pensamiento sobre ella.
17
En el cementerio corre un barranco.
Lágrimas de vivos y muertos.
18
A dentelladas
(afilados los cuchillos de mis dientes)
arranco la maleza del suelo
y escarbo.
Allá abajo,
en el centro de la tierra,
está mi padre:
pecho donde beben mis pies.
19
Es su muerte un perro en mi costado;
pero yo la quiero:
en sus mordidas tengo a mi padre.
20
Quiero la
fuente donde brotaban tus ideas.
No me
acostumbro a beber sin ella.
Mi alma
es el sol
y mi
pensamiento la luna,
por
reflexión puedo verte:
el alma
ilumina el pensamiento.
21
Tu
ausencia hace de mí un pantano,
ayúdame a
recuperar la tierra.
Tengo las
semillas,
las flores
de más sol, de más luna;
las
flores que hablan de ti, de mí,
de la gente,
de toda la gente:
del adentro
pequeño, del afuera infinito.
Ayúdame a
diseñar el jardín:
dónde las
flores de más luz,
de más
sombra;
cuáles
más cerca y más lejos del agua;
cuáles
van juntas para que hablen entre ellas,
y cuáles son
las más diferentes.
Ayúdame a
conocerlas
,
y después
andaremos juntos los pasillos:
a ratos
en silencio, a ratos conversando
las
páginas de un libro.
22
Para
caminar el campo hay que conocerlo:
saber los
caminos
y andar
con respeto sus cauces;
saber los
horarios,
cuándo el
sol es solo para las piedras
y los lagartos;
saber de
las gaviotas que se alejan,
del cielo
que se nubla
y del
aire inquieto;
saber dónde
empiezan los precipicios,
las partes
profundas reservadas al aire
y al cielo que se agacha;
saber dar
la mano a la tierra roturada,
a la
ofrenda del árbol
y a la
mano que estercola;
saber
dónde se entrega mansa la luna
y el sol
se descubre.
23
Aromas
intensos
los interiores
de las cosas más íntimas:
la ropa,
la cama, los zapatos, el reloj...
Aromas
leves
los
exteriores que nos llevan a la casa:
la calle,
la acera, el parque…
Aromas
vivos o muertos.
24
Las
estrellas muertas
continúan
alumbrando el firmamento:
ya sé
cómo verte.
25
No es tan
difícil
este
andar en tu ausencia:
en mi
corazón tuviste estancia:
26
Un agricultor
planta versos
y la
lluvia los recita:
cielo
pleno de letras.
27
Cómo no
iba a quererte,
roca que hablaba
en
sigilos de agua:
interior
de piedra
de donde
salían mis alas.
Tu
aliento todo lo ablandaba.
28
Una
margarita
destila
en el recuerdo
tu
sonrisa.
Qué lindo amor
mendigarte
aun después de muerto.
Martillo
plateado
fijando
sueños junto a la luna.
29
El limonero
ha vuelto a tener fruto.
En las hojas
veo tus manos de agricultor:
alguna
noche pasaste por aquí.
30
- Quiero
cultivar la paciencia en mi jardín
pero no
sé cuál de las semillas dará mejor fruto,
ni si es
la época o si tengo que esperar;
tampoco
sé si la tierra tiene el fondo necesario
y las
horas de sol en el patio son suficientes,
si el agua de la llave es buena para las
plantas
o si es
mejor el agua de la fuente.
-Eres una
planta:
tienes raíz, tallo, flores y fruto.
Y también
fuiste una semilla.
Piensa lo
que necesitas y lo sabrás.
31
De todas
sus casas eligió solo una,
la más
pequeña, la más humilde:
la caseta
de madera a los pies de una montaña.
32
Peldaño a
peldaño
y estoy
en el cielo:
un paso,
tus pies;
otro,
tu
ombligo;
y ya
después,
el pecho
y por
último
tu
cabeza:
es aquí donde
me lanzo.
33
La
primera noche
después
de tu partida,
una
mariposa revoloteaba
en las
paredes de mi habitación.
Me asusté
y me fui al salón.
A la
noche siguiente volví a escuchar
el sonido
de sus alas:
encendí
la luz, vi que era bonita
y le
dije: ¡eres tú!, y me dormí.
Aquella
tarde la ventana estuvo abierta.
34
Vamos a
jugar.
No me
digas un minuto,
una hora,
tres segundos:
tenemos
el infinito.
Yo te
digo:
te
quiero,
eres mi
amigo,
mi árbol,
mi
fuente.
Y tú me
dices:
Siempre te
querré,
hija de
mi árbol,
de mi fuente.
35
Agua
primera, naciente de luz
que antecede
a todas las aguas:
la raíz
de un árbol.
36
¡Mira! ¡Mira lo que tengo!
¡Son flores, flores que se abren
en mis dedos hacia arriba buscándote!
Te gustaban las flores
y por eso las siento para ti.
¡Tienen luz!
Y ya se desprenden,
y ya vuelan como si fueran pájaros:
pétalos de abrazos y de besos.
37
El mar continúa llegando en espuma blanca,
y siguen atentas las gaviotas
y viniendo las palomas.
El mismo cortejo blanco
y el mismo océano y espíritu de vuelo.
Han corrido los barrancos
y rebosan las presas;
la más grande, la que tanto te gustaba,
alcanza ya una altura de agua
igual a todas las aguas embalsadas juntas.
Las montañas se dejan acariciar
como algodones verdes,
y eclosionan las raíces en las semillas verdes,
el mismo invierno de aquella gabardina tuya
al escampar la lluvia.
Te cuento todo esto
para que sepas que todo continúa igual,
y que hemos tenido un año de agua.
¿Y tú, cómo estás? Igual, lo sé;
sigues apareciendo,
como la noche en que me enseñaste
a construir un nido en el pecho.
Te he visto muchas veces;
me sucede siempre en presencia de algunos sitios,
en las sombras frondosas de los árboles y de los
riscos.
Te veo allí, risueño, diciendo adiós…
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