miércoles, 20 de junio de 2018

Libro VII de Libros de Sal de Benita López peñate (Beginbook, 2010)

                        1
¿Qué belleza más honda es esta que a mí corazón rotura como yunta de arado? ¿De qué fuente he bebido que el corazón  me arranca y estercola y envuelto en sol enraíza mi pecho? ¿Qué es este andar descarnado en el verde de los árboles y en la piel de todas las flores? ¿Es acaso la poesía?


                        2
Palabra relentada: eres agreste como los riscos y las tierras de ahulagas, áspera palabra que quiebra el aire donde canta los pájaros y espantas en el papel los sonidos de los versos que te acompañan. Pero te quiero: oral o escrita eres costumbre en mi boca para llamar al agua húmeda de la noche, ¿cómo llamar, sin ti, la calle que amanece mojada a pesar de una noche sin lluvia? Haré un poema para ti, versos donde seas bonita, relentada: agua de estrellas plena.



                          3

Un árbol de incienso en el monte de un camino. El aroma llega a mi cerebro, y la razón me dice: Acércate. Y me acerco, deslizo mi cabeza entre sus ramas y respiro. Penetra mi cerebro, recorre mi cuerpo y la razón me dice: Un poco más...



                         4

No importa que se me caiga la piel y la sangre a cachos: sus letras son la única dádiva que pide mi mente.


                         5

¿Me sentiste cuando bajé a tu tumba? Fui de lo más perceptible: toqué apenas tus huesos. (Al novelista canario Benito Pérez Galdós)


                         6

Miguel Hernández, que a ti yo te desentierro y beso tu calavera como tú hicieras a Ramón Sijé; son tus huesos raíces que claman bajo mis pies enterrándome frondoso árbol que solo en el barro respira. Adhieres la tierra a mi piel: la toco, la como y la huelo, estercolo y riego desgarrándome grito de fuente. Es tu muerte un lamento en mi costado y un arado surcando el aire de mi aliento porque sé que en el epitafio de tu tumba debería leerse: También aquí tan temprano el poeta por ser pastor de cabras. Miguel Hernández, tus ojos, la inocencia de tus ojos: mano tendida como la hierba mansa de los campos.

                      7
No pidas a la vida ni a la muerte borre las palabras que en duro estoque dejarame malherida; 

no pidas en tu alma el olvido de aquella espada que mina a mina pensada clavaste en mi cueva de poeta;

que no borre la vida ni la muerte los embates que en mi pecho has librado sin más causa que mi sentir de verso libre;

acaso no te das cuenta que  en tus retiradas, yo con mis versos la contienda provocaba porque cuanto más intensas eran las ofensivas y retaguardias más se agrandaban las luces en mi gruta;

pudiera darme por vencedora ante tu entrega en elegía carente de métrica y de rima, mas no es así como me siento en tu dolor creyéndome injustamente malherida:


solo me bato en duelo si en la muerte, vida adivino: dulce  halcón clavado en mi pecho tus palabras.

                           8 


Me dices que mis versos te llegan al cerebro, pero no al corazón; dime entonces qué sentiste, ¿permanecieron quietas tus neuronas, no se movieron? ¿Es acaso el corazón un arpa ajena al viento del cerebro? ¿Es el cerebro un bosque sin agua? ¿No se necesitan los dos, cerebro y corazón juntos amasándose? ¿Y qué es el cerebro? ¿Y el corazón? Si me dices que mis versos te llegan al cerebro, algo han de rozar tu corazón, ¿o no? ¿Y por qué te llegan mis versos al cerebro? Ya solo por eso… 

                         9

            El día que muera lean mis entrañas.
                       
            En ese instante también se escriben poemas.



                                   10

Las palabras manoseadas no me gustan.

No escriben nuevos poemas.




                        11
Mi hijo nunca tendrá sed,
sabe donde está la fuente:
ha escrito un haikus.




                        12
           
–Estoy aquí, en el mar, con los caballitos y los peces de colores ¿Y tú, dónde estás? –En el cielo, con el caballito y los peces de estrellas. –¡En el espacio celeste! ¿Y ya viste al delfín? – Sí, y también al cisne y al unicornio. Y ahora le diré al cochero que me lleve donde la lira para recitarle tus versos. –_Hijo, ella sólo querrá escuchar tus versos.

           
                                   13


 Rueda de razón y sentidos mutuamente impregnándose.
¡Qué grande sería el pensamiento!




                                   14
Desde el primer verso  al último de un libro hay una extensa melodía de sonidos casi imperceptibles que hacen de él otro libro.




                                   15
Para describir las emociones no recurro al ser humano que transita sus calles. Sería muy aburrido tomar como referentes a otros como yo. Además, la realidad la tendría muy sesgada. Prefiero animales y plantas; y seres inorgánicos y demás elementos, tengan o no carbono. Soy reacción química en interacción. La naturaleza es la gran metáfora: nos dice cómo llegar a las playas. 



BENITA LÓPEZ PEÑATE (LIBROS DE SAL, BEGINBOOK, 2010)


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