Andarán tierra adentro
hasta sentir firme la isla,
ya después mirarán de nuevo al mar:
al otro lado está su tierra.
ya después mirarán de nuevo al mar:
al otro lado está su tierra.
Se
necesitan nudos de mar en el pecho para
navegar la vida sabiendo que al otro lado pueden llegar vivos o muertos. Velas de naufragio su piel negra. Yace en el mar su juventud.
Mira al mar en su piel negra.
Es lo único que lo separa de su tierra.
La niña afgana mira la brutal luz de
occidente en el cielo. A su lado yace un niño afgano por luz de guerra. La niña
afgana mira al cielo, no sabe si la luz de guerra apagará su estrella.
No creas, mi amor, en los dioses de Iglesias; en
sus silencios de mentiras, silencios que meditan el pan amasando su
ausencia, silencios que rezan la paz
rezando dios en las guerras. No creas, mi amor,
en sus dioses; que dioses son la luna, el sol, los mares, los besos,
eres tú, es aquél, somos todos avanzando con amor los presentes.
Puedo construir en versos el arma
más letal de la sangre contra el cáncer devorador de conciencias. Versos como:
En Gaza la noche escurre sangre; las guerras son dentelladas a la yugular
inocente; desde el vientre materno hasta la tumba, carne que compran y venden;
el animal no pierde nunca su esencia, el ser humano sí. También puedo escribir
otros versos igual de letales: Escurre agua de rosas la noche en el jardín de
mi casa; desde el vientre materno tengo
el sol en mi pecho, comunión de la naturaleza y el yo. Mostrar la belleza
imprime el espíritu de luchar por ella: denuncia el vivir ceniciento.
EL CORREDERA
¡Cuánta vida debió correr por tus venas
para defender la vida contra la muerte
y en tu muerte la vida triunfara
dejándote con vida después de muerto!
No vengo a llorar cómo te dieron muerte,
vengo a sacar de la tumba al hombre
de
atlántico en el pecho para plantarte
en la memoria de nuestros mares.
El son de un barranco corriendo en primavera
revive en ti al hombre que nos lava como un
volcán
dándonos vida en esta muerte nuestra.
MEMORIA
HISTÓRICA
¿Por qué
desenterrar a nuestros muertos?
¿Y tú lo
preguntas?
¿Tú, empuñador de las mismas ideas
que
rasgaron a hachazos la tierra
para
enterrar con vida la sangre de otras ideas?
Pues, ¡sí!
¡Desenterrar a nuestros muertos!
¡Desenterrarlos
de la muerte usurpadora de la muerte propia!
¡Quiero sus calaveras en los brazos del viento
para liberarlos de besos y abrazos errantes porque
nunca se dieron.
En el aire y en los vertederos está la respuesta.
Lanzas la palabra Dolor y el cielo se
desploma en las cuerdas del viento, arrancando los techos de las casas. Lanzas
miradas con cerebro a las alcantarillas y las manos se te llenan de
sangre y vísceras. Alto consumo orgánico del sistema. ¡Cómo nos vacía el
capitalismo por dentro!
Los
huesos que trabajan en la construcción crujen a los cuarenta, se agrietan a los
cincuenta y se deshacen a los sesenta. A los sesenta y cinco, la jubilación.
Dilo tú,
Sur, di que tú recuerdas al niño aparcero armando con el sacho la tierra, y
a la niña aparcera regando con los pies en la acequia. Di que recuerdas al niño y a la niña aparcera gateando en la hierba detrás de la madre aparcera, y como única escuela las hojas de los tomateros, el lápiz de las tizas y el libro del cantero. Dilo tú Sur, di que la niña y el niño aparcero preguntaban a la tierra si los surcos en la playa eran también de sal.
a la niña aparcera regando con los pies en la acequia. Di que recuerdas al niño y a la niña aparcera gateando en la hierba detrás de la madre aparcera, y como única escuela las hojas de los tomateros, el lápiz de las tizas y el libro del cantero. Dilo tú Sur, di que la niña y el niño aparcero preguntaban a la tierra si los surcos en la playa eran también de sal.
Te busco
en las faldriqueras, en los sombreros de palma y en las pamelas de tela. Te
busco y te encuentro en los surcos de tomatero. Mujercita aparcera: siéntate
conmigo
en el bajante de la tierra, nos tomaremos un café de tu termo interior de plata; quiero abrazar a mi abuela, abrazar contigo los días de niña aparcera. Mujercita aparcera:
eres la misma mujer de las chozas de piedra y casetas de madera; con el fardo a la cintura sacando tomates a la orilla. La misma mujer de jornada de sol, madrugadora del alba en la tierra hasta el despuntar de las estrellas. Mujercita aparcera, siéntate conmigo
en el bajante de la tierra, quiero abrazar el Sur de tu mirada.
en el bajante de la tierra, nos tomaremos un café de tu termo interior de plata; quiero abrazar a mi abuela, abrazar contigo los días de niña aparcera. Mujercita aparcera:
eres la misma mujer de las chozas de piedra y casetas de madera; con el fardo a la cintura sacando tomates a la orilla. La misma mujer de jornada de sol, madrugadora del alba en la tierra hasta el despuntar de las estrellas. Mujercita aparcera, siéntate conmigo
en el bajante de la tierra, quiero abrazar el Sur de tu mirada.
Cilantro: hierba aromática
usada como especia en el caldo de papas blanco y en el caldo de papas amarillo,
comida de poco tiempo y también de poco dinero: agua, papas y fideos. Hierba
también presente en la alta cocina pero sólo la mesa del pobre sabe servirla:
no pierde su porte digno.
Cincuenta cabras ordeña ella sola
todos los días al alba. Recién levantada, oliendo a sábanas y a romero viene
con el agua de su pena y con el agua del relente a extraer la leche que le dan
las cabras desde el verde y el dorado de las hierbas. Sé de ella, sé de su
pena, y si pudiera le daría siete estrellas: las siete cabrillas del cielo.
La crema
nívea trae a mis ojos la imagen de una mujer que se cuida en el sur árido de
una tierra que no escucha y calladamente guarda silencio ante el sollozo de quien
sabe que mañana también será tierra árida de secano.
Madre,
dime que es verdad que hoy el sol se puso en tu regazo amaneciendo en tu seno
todos los
días buenos. Dime que amaneciste el día en las noches sin tiempo y que a tu
paso se borraron las sombras heladas de la tristeza. Madre, dime que es verdad
que tu vientre dio a luz el fin de todas las guerras.
No me
gusta, madre, este tiempo de mujer; no me gusta cómo se mide en mi carne
este
tiempo viejo que no viene desde el principio, tiempo usado que me quita el mío
prisionera
de calles y de edificios.
La luna sabe lo que deseas
y anda por riscos y laderas hablando con perros lobo y pastores para que te
dejen descarriada y sin cencerro y sin corral. Cabra te quieres tú, te quiere
la luna, te quieren los campos atraídos por la luna llena de tus pechos de
trigo; cabra te quieren tus hijas por caminos reales y acequias. Una cabra de
costa, de monte; una cabra negra, blanca, rucia, una cabra loca, harta de millo
dorado y de hierba. Una cabra sin pastor y sin corral.
La
hermosa hormiguita enseña su regalo. Calladamente silenciosa hace suyos dragos
de llanto; sin embargo, aun no cree que en sus manos naciera un hermoso jazmín.
¡Cuánta
soberbia sus cuerpos esculpidos a golpes de escoplo y martillo! ¡Cuánta
fuerza la de sus piernas, sus brazos, hombros y espaldas
enhebrando los cimientos y columnas de mi ciudad! Cuánto amor sus
manos en el hierro, en el cemento, en la arena y en el agua.
Cuánto saber milenario delinear, trazar y construir el espacio de los sueños.
La recuerdo preparar el
bolso obrero de mi padre; recuerdo sus manos cálidas calentar al alba el
desayuno y el almuerzo que cariñosamente guardaba en el bolso azul de plástico.
La recuerdo haciendo, con semblante serio, las listas de la compra, listas de
compras meditadas que cuadraban con esfuerzo el sueldo a las mesas del bolso.
En el bolso le amaba, recuperaba del andamio la fuerza de sus caderas, el
aliento de sus y el aguade del deseo.
Rota y
mil veces mujer vuelta a romper,
y véanme
aquí: mujer mil veces vuelta a componer.
Me rompen
los golpes de asfalto
y me
cosen las raíces del planeta.
¡¿Cómo me
voy a rendir
si en mí
corre la sangre de siglos
de
mujeres rotas?!
¡Se
derramaría toda su sangre con la mía!
Ante cada
herida me sumerjo en la tierra
y como un
volcán salgo a la vida.
No pudo tu piel blanca con el peso de su piel
negra, aunque la arrojaras por un precipicio buscaría de nuevo el pan de la
calle. No pudiste limpiar la noche de prostitutas negras, te desangraste de
pena por ella. Y te alejaste, posada la piel negra de la noche en tu carne
herida.
¡Que
vengan todos los mares y montañas!
¡Que
vengan todas las generaciones de los siglos,
que muy
mal lo estamos haciendo
para que
la tierra y el cielo se le junten a un niño!
Que
vengan, que vengan todos, aquí yace: Iqbal Masih.
Una
mariposa mueve sus alas
en los
huesos de Victor Jara:
suena la
guitarra.
Y dijo
Jesús:
no me
vengan como yo,
los
quiero hombres y mujeres Vitruvio,
con los
pies juntos y los brazos en cruz.
Mi
espalda es mía, nada ni nadie me la dobla. Pero a veces mi piel cae a trozos en
la espalda herida del otro aliviando su pena.
Son las
tres de la mañana. Y él, policía local de noche, hace su ronda rutinaria. Un
grupo de personas esperan su turno de alimentos en los contenedores de
basura. Él se acerca y sus ojos se encuentran con los suyos. Le atraviesa el
alma y tiembla como un árbol. «Dando una vuelta, ¿no puedes dormir?, te invito a
un café» Hablan de la noche, del sueño, del tiempo. Sorbos calientes de café y
silencios que por respeto y vergüenza no quieren romper.
Llegó la paloma al mar con
el sueño roto bajo el ala; depositó su vuelo en la orilla y a la mar lloró su
pena. De dónde vienes –le pregunta el mar–que en tu plumaje engarzada llora
ensangrentada la rosa y al océano son tus ojos manantiales de duro invierno; de
dónde, paloma, son los recuerdos de tus huellas que a la arena hacen llorar; de
dónde son los llantos que aun prendidos de tus plumas se esparcen como susurros. De dónde, paloma, los niños y
niñas que a tus pies anillaron juegos infantiles.
No tiene nada y de la nada, la sonrisa y el andar le quitan. Le borran el
mañana.
Entre
tropiezos de risa por no saber fecha a su vida, Paquita responde con verdad que
sus años son cuando la guerra. Con cuánta verdad Paquita dice su edad, pues ella nació con muchas guerras: Paquita
recién nacida, Paquita niña, Paquita mujer; Paquita naciendo, creciendo, Paquita
con muchas guerras envejeciendo: guerra civil, guerra del hombre, guerra del
hijo. Paquita cumplió muchos años cumpliendo muchas guerras.
Con la
cabeza en la casa, con la casa en la cabeza, así ando siempre con la casa
siempre a cuestas. Desde el trabajo, desde la calle, desde la cama lavo,
plancho, cocino y limpio
y al día siguiente lo mismo. No es extraño que de mi digan que anda loca la vecina gritando por las calles que su cocina le habla. Pero es que, a mí, mi cocina me habla:
me hablan en el fregadero los cubiertos, sartenes y calderos; en la nevera, los alimentos transgénicos y la comida en la despensa. Hasta los ácaros del polvo me hablan con terrible alergia. Cualquier día me pondré con la casa panza al tiempo y que sea la limpieza obra de la lluvia y del viento.
y al día siguiente lo mismo. No es extraño que de mi digan que anda loca la vecina gritando por las calles que su cocina le habla. Pero es que, a mí, mi cocina me habla:
me hablan en el fregadero los cubiertos, sartenes y calderos; en la nevera, los alimentos transgénicos y la comida en la despensa. Hasta los ácaros del polvo me hablan con terrible alergia. Cualquier día me pondré con la casa panza al tiempo y que sea la limpieza obra de la lluvia y del viento.
Mírate a
la niña, mar,
dile que también ella tiene
un fondo de mar.
Mírate a la niña, sol,
dile que también ella tiene
en cada párpado un sol.
dile que también ella tiene
un fondo de mar.
Mírate a la niña, sol,
dile que también ella tiene
en cada párpado un sol.
Sol y mar
la miran,
miran como las niñas
de sus ojos mujer
le ofrecen mares de agua y sal.
miran como las niñas
de sus ojos mujer
le ofrecen mares de agua y sal.
La nieta
le pregunta a la abuela, que si ella ha sido buena por qué no tiene su
estrella. La abuela, con semblante serio, se dirige al firmamento: ¿Y la
estrella de mi nieta? ¿Dónde está su estrella? La estrella que no tuve para que
la tuviera mi hija; la estrella que no tuvo mi hija para que la tuviera mi
nieta. El firmamento le acerca tres estrellas: una ya mayor, la otra más joven,
y una jovencita con el nombre de la abuela, de la hija y de la nieta.
Ella va delante con sus dos hijos, y él detrás. Es
domingo, imagino que almorzarán en casa de algún familiar, y que también
tendrán un momento a solas después del mediodía. Pero sé que no, la conozco: su
hombre no arde en el fuego de la carne, el alcohol de los bares lo consume. Es
buena mujer, joven y trabajadora, sin embargo su cuerpo sólo arde en el fervor
de la pena. No entiendo cómo no abre su alcoba a otra persona.
Lágrimas celestes y lilas se juntan en el mar, y en
el azul del agua se elevan al azul del
cielo y descienden verdes sobre los valles en una misma lluvia. Verdes iguales
y dulces los dos mares.
No la parió ni la amamantó, pero él se apodera de
su útero como una cruz. La Iglesia, su única luz: se arrodilla, persigna,
santigua y toma el cuerpo de Cristo: «¡Ay,
Jesús, por qué no ser tú el hombre de mi cruz!» Perdóname Señor. Virgen Santa
Magdalena también soy yo. Confiesa, reza y hace promesa: "¡Virgen María, resguarda
con agua bendita mi casa y mi cama y andaré en tu nombre los templos descalza! Se
levanta
y en comunión con Cristo se santigua y se marcha.
No me
gusta la manzana de Adán y Eva, tiene muchos precipicios. La única manzana que
me gusta es la manzana del árbol de Newton: tiene mucho vuelo.
Tener vida y no vivirla duele más que no tenerla. Los
cristales de sal se clavan en la carne.
Ella, madre de varios hijos, jornalera de los
tomateros y mujer de un hombre que ella creía iba a llenar de colores su mente y
no fue así, quería ser monja de clausura. No quería más cruces ni más rosarios
de aurora terrenales del marido. Solo deseaba el éxtasis del silencio a solas: vestido de
colores que nunca se puso. Hoy la encontraron abrasada en lejía.
La
vida me descoloca los órganos: el
corazón late en el centro del estómago y las neuronas palpitan en la planta de
los pies. La teoría de Darwin en mí, no sé yo; ¿evolución de qué?
Volvamos a la fuente de nuestros cuerpos desnudos, a
los desiertos y verdes valles, a la piel sin edificios, a los ríos con agua. Así
no habrá más violencia en nosotros y tendremos el empuje de la rosa en el cáliz
abriendo sus pétalos, de la semilla en la tierra hasta el verde que brota, del azahar hasta alcanzar la flor, solamente.
No me
dibujes heridas y hematomas.
El no a
la violencia se dibuja con luz.
El principio de
sincronización es necesario, nos permite llegar a tiempo. Pero en ocasiones no
es afortunado, por ejemplo: nos oculta la otra cara de la luna, tarda el mismo
tiempo en recorrerse a sí misma que en recorrer
la tierra, aunque también es verdad que van muy unidas y entra en juego
la gravedad.
A Venus le llega más el sol, pero Marte tiene dos
satélites y Venus no. Son climas solares diferentes que se complementan: en Venus
400º C y en Marte 60º bajo cero.
No me fío
de los símbolos,
no es
casual
el trazo
de un camino.
Tantos años siendo mujer y no sabía que los
símbolos de nuestros sexos, un círculo con una flecha y un círculo posado sobre
una cruz, fueran el Dios Marte de la Guerra, con escudo y una lanza, y la Diosa
Venus del Amor sosteniendo un espejo. No sabía que en el cielo nuestros sexos
fueran el planeta Marte y el planeta Venus.
¿Por qué,
de todos los dioses, se tomó al Dios de la Guerra para el hombre y para la
mujer a la Diosa del Amor? ¿Amor y Guerra? ¿Eso es? ¿Quién unió a Venus con
Marte? ¿No anduvo Venus también con Eros? Me gustan los planetas, y
especialmente el planeta Marte, pero no me gusta su Dios como símbolo del
hombre; la mujer también es roja y fuerte y el hombre también es amor.
Quítame el género y déjame sólo el sexo: sentidos y
razón. Los sexos desnudos no sangran los cuerpos.
Tomo el
símbolo de mi sexo y lo despojo de la cruz: aro en movimiento conmigo dentro.
Despojemos
nuestros sexos de las cruces y flechas y ya no harán falta los escudos y las
lanzas.
Aparto las nubes del cielo y me miro en el espejo: el
Sol, la Luna, Venus y Marte. Observo su
claridad para aprender su luz.
Hombres y
mujeres de África, Europa, América, Asia y Oceanía: subamos al cielo,
y,
despojemos, al Dios Marte y a la Diosa Venus, de la lanza, el escudo y el
espejo.
Volverá
entonces la luna a las manos de Venus y el sol al pecho de Marte, astros
celestes de
nuestros sexos. Desnudos, sin cruces ni flechas clavadas en nuestros
cuerpos, bajaremos
a los cinco continentes.
Nunca me han gustado los reptiles. Pero últimamente
me gustan las serpientes. Me agrada la imagen de serpiente encantada. Me
proyecto en ella y en suave remolino tomo el agua del suelo, primero a grandes
tragos, después a sorbos y por último mojando mis labios; soplo las hojas secas
y asciendo: doy vueltas de cuclillas, rodillas, caderas, cintura, la espalda
erguida y es aquí donde comienza el ciclón. Un llanto antiguo resquebraja las paredes de mi estómago y
desploma los techos de mis cuevas.
Se revuelven los órganos y saltan las llaves de
paso. Un alarido se arrastra por las venas y revienta en el pecho. Cesa la
tormenta, escurren las paredes y el agua se desliza mansa por la acequia.
Vuelve la sangre a las venas; serena danza del pecho en el vientre y me muevo
lenta, ondulante, sin velos ni espejos en el rito griego de salud de mi veneno:
la luna creciente muerde en hoz mi
cuello. Bebe mi animal herido y no muero.
Por mucha
imaginación que ponga entre mis piernas, a mis días de regla no los puedo
llamar días de pétalos rojos, ni días de ciclo interlunar ni de encuentro
cósmico. Simplemente me siento fiera herida en el campo de batalla de óvulos
rotos.
Traerme a este estado en que levito los muchos años
que ya tengo, y también la poesía,
pero es tan preciada por mí esta locura que ni en
la misma muerte quiero mi cordura. Andaba recitando versos a los molinos de
viento y en brazos de gigantes me encuentro. Fue tal mi gallardía que, desde
entonces, sólo mujer Quijote por los caminos me quiero, sin más armadura y
escudero que mis versos y mi pecho. Señor Cervantes, permítame la osadía de
llamarme como su hidalgo, y emprender empresas que, aun no siendo iguales, tienen
en común la valentía, diferenciándose en que no siendo yo hombre necesito
mandato divino para sortear los obstáculos que por mi sexo me abortarían. Y es
por ello que a todos digo que esto de mujer Quijote me lo mandó Dios,
valiéndome también dicho mandato de crédito frente al capital por su gran deuda
celestial. Será mi hazaña recoger en versos las cosas que a solas mueren para
tragar y palpar lo mismo que tragan y palpan sus cuerpos. Señor Cervantes, ¿se
imagina, cuántos árboles en versos me abrirían recorriendo al atardecer las calles y plazas,
los valles y montañas empapada en el agua de cachos de carne por silencio rota?
BENITA LÓPEZ PEÑATE
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