sábado, 30 de junio de 2018

Algunos poemas del libro Celosía


ALGUNOS POEMAS DEL LIBRO CELOSÍA      

 

 

         Climaterio

Observo la matriz,
mi nombre es el único óvulo

que quieren mis ovarios.
Mareas encarnadas empedraban mis pechos.

Traje roto de óvulo dice adiós.

Carmín y el deseo serán los únicos rojos.

 

 

 

            Vida

Sol en la cabeza

y tierra en los pies.

Partitura de raíces.

 

 

 

                       Dimensión

Neuronas en el cristal de la ventana.

Son mías, salieron de mi cabeza:

acoplan y manifiestan el cerebro que quiero.

Debajo radica mi casa, órganos y músculos.

Una neurona se aleja,

junta con otras materias y regresa

con sabores a selenio y café.

Por encima de mí también son posibles las terrazas.

 

 

 

                         Presencia

El río pasa siempre a la misma hora

Mensajero de orillas: flores y hojas

 

 

Andar

Orillas del alma:

Manos y pies

 

 

 

Celosía

Sol crepuscular.

El cielo lo sostiene

gota de agua en el borde de una hoja

momentos antes de caer.

Mis ojos arden al contemplarlo:

infinidad de espigas brotan en su diámetro

mis pestañas mojadas.

Celosía de savia viste de luces al árbol:

diminutos espacios sin ramaje

permiten ver el otro lado.

Cubro mi cara con la mano,

en luces y sombras sí puedo mirarlo:

pequeño círculo naranja entre mis dedos,

cerco de carne alrededor del fuego.

Desciende como luna llena a decreciente.

Nubes lilas delatan, bajo sí, un sol yéndose.

Mantengo abiertos, en su tamaño, mis ojos:

la luz es justa, no me obliga a entrecerrarlos.

Celosía de quietud viste de plata al árbol:

pasillos sin nada en medio de las cosas.

 

 

 

 

                   

SOLO AMOR

amor tan solo

en la oscuridad del silencio

en la luz de la lengua

amor solamente

 

 

 

 

 

¿QUÉ SERÉ YO EN LA ORILLA?

¿Una roca? ¿Arena?

Me gusta más lo primero:

agua que cae por el otro lado de la roca

 ya no es mar llegando a la orilla,

solo es agua derramándose.

La roca lo hace suyo.

 

 

 

 

El néctar afianza a la mariposa:

No tiembla

 

 

Hojas en el suelo del bosque

Todo lo que el sol ha escrito

PESCADOR AFRICANO

Aún no ha pescado nada

Deposita su caña sobre las rocas

Busca algo

Quizás no tenga nada para comer

¡Un paquete de cigarrillos!

Pero eso no significa que en casa tenga alimentos

A los deseos hay que satisfacerlos

Aunque sea contraproducente

El cigarro da compañía

Genera relación con él

Se pone el abrigo, tiene frío

Extrae pan de una bolsa

Hace una torta como la hacía en África

De una palma a la otra

Palmares amarillos y dorsales negros

Es africano

Amarillas también las palmas de los pies

Tal vez no coja nada

A veces las personas de aquí tampoco pescan nada

Y el mar no le va a tratar distinto porque sea africano

Pero a mí sí me gustaría que le tratara distinto

Ahí está, de pie

Seriedad bien hecha,

De rasgos aposentados

A quien nada del entorno cambia

Recuerda a las montañas

Siluetas negras, milenarias, recién el sol se apaga

Eso es, persona milenaria

Lanza la caña

Y sigue ahí, pescando

Lanza, recoge y nada

Sabe de peces grandes en marea alta

E insiste

La boya le alerta, tira fuerte de la tanza

Enseña el amarillo de sus encías

Otro movimiento, y nada

Hago ruido con los dientes abriendo un maní

Y mira para mí

Pienso que lo escuchó

Imposible dado el sonido del mar junto a él

Y sigue, tira de nuevo, y nada

Me mira y no me importa que me vea mirándole

¡Si supiera que le estoy pintando!

 Si me bebiera otra cerveza 100% malta

Quizás fuera capaz de acercarme y decírselo

Tengo que ir a bañarme, pero ¿y si coge un pez grande?

Y por fin, por fin pesca algo

Un pez que parece un pájaro volando

Lo escribo, levanto hacia él la vista

Y me  está mirando

¿Pensará que le estoy vigilando?

Quizás no sea persona buena

Como tampoco lo son algunas personas de aquí

Pero ¡¿qué importa?!

El trato con él es solo este texto

Que escribo sin que lo sepa

 

BENITA LÓPEZ PEÑATE

 

 

 

 

 


miércoles, 27 de junio de 2018

LIBRO X (LIBROS DE SAL, Bengibook, 2010), de Benita López Peñate


El alma me ha traído hasta aquí,
muerte dulce que antecede al crepúsculo:
el viaje es en la última capa,
mi cuerpo no se destruirá.


Adhiero mi boca al canal de mi pecho y bebo.
Las pasiones son cuchillos que se clavan en la carne.


En la cueva de tus brazos
inhalo tu cuerpo:
rincón del alma cuando te necesito.



Con tu silencio fermento estiércol:
abono con él mi tierra.


Conjugación de ojos y labios
y surge el verbo:
el pensamiento construye los tiempos.



El gusano tiene una sola dimensión, pero ¿cuántas dimensiones tiene la oruga si lleva una mariposa dentro?


Miro a la isla y después a mí:
necesito sus planos para construir mi casa.


No importa que el tiempo me sea árido en ocasiones.
Las flores amarillas de ahulaga y lilas de cardos son hermosas.



Deposito mi corazón en la intemperie
y escucho conversaciones:
animales y plantas hablan en él.




El agua no pesa
Se entrega
Se deja llevar
Se deja caer
Y es tan fácil tenerla
Tocarla con las yemas de los dedos
En las hojas
En los párpados
En la piel de una playa
Y en el vaso de un barranco


En lluvia quisiera los océanos.
El agua no acabaría nunca.


La mente es el gran océano.
En ella navegan los barcos.



El agua de los ojos lava la cara:
el pecho rebosa de lágrimas.



Los domingos desactivan los sonidos de las calles. Los pentagramas exteriores se realzan en los sonidos rutinarios de los días de entre semana




Mi ventana
se abre y cierra
según deseo
estrellas en mi almohada.

Mi ventana                
se abre y se cierra
según deseo
lunas en mi cama.



Cornucopia de una estrella:
manos, mente y pies
los cinco vértices que me iluminan.



Ovillada
soy bola de fuego
en el pecho.



Con los brazos en cruz
y los pies en punta:
clavo As de espada
en la Zanga de mi espacio.



La luz es claridad para vernos.
Las almas se dan la mano y caminan juntas.


En mi pecho escribe con pulso firme y ritmo vertiginoso hasta que se va yendo, cada vez más despacio. Es mi mano.


No me dan tristeza los árboles de otoño:
árboles en plenitud de luz.



Abro las luces del cielo
y te pongo dentro:
ahí arriba estás tú.


El corazón salta a mi  pecho
Escucha atento lo que aquí se dice.


Tráeme rosas sin abrir.
Pétalos cerrados para que se abran en casa.


Abro los ojos, miro al sol y los cierro. Los vuelvo abrir, lo miro nuevamente y los cierro. Nadie sabe la razón de este abrir y cerrar de ojos, salvo yo: un águila abre en mi pecho las alas.


Primero la cáscara verde, después la cáscara seca y por último la almendra.
Sea dulce o amarga, lo importante es el abrir de cáscaras hasta su cueva.


Sé dónde está tu corazón.
Todas las noches  lo arropo.



No me dan tristeza los árboles de otoño:
árboles en plenitud de luz.
BENITA LÓPEZ PEÑATE

martes, 26 de junio de 2018

LIBRO IX DE LIBROS DE SAL, Benita López Peñate (Beginbook 2010)




Andarán tierra adentro
hasta sentir firme la isla, 
ya después mirarán de nuevo al mar:
al otro lado está su tierra.


Se necesitan nudos de mar  en el pecho para navegar la vida sabiendo que al otro lado pueden llegar vivos o muertos. Velas de naufragio su piel negra. Yace en el mar su juventud.

Mira al mar en su piel negra.
Es lo único que lo separa de su tierra.



La niña afgana mira la brutal luz de occidente en el cielo. A su lado yace un niño afgano por luz de guerra. La niña afgana mira al cielo, no sabe si la luz de guerra apagará su estrella.


No creas, mi amor, en los dioses de Iglesias; en sus silencios de mentiras, silencios que meditan el pan amasando su ausencia,  silencios que rezan la paz rezando dios en las guerras. No creas, mi amor,  en sus dioses; que dioses son la luna, el sol, los mares, los besos, eres tú, es aquél, somos todos avanzando con amor los presentes.


Puedo construir en versos el arma más letal de la sangre contra el cáncer devorador de conciencias. Versos como: En Gaza la noche escurre sangre; las guerras son dentelladas a la yugular inocente; desde el vientre materno hasta la tumba, carne que compran y venden; el animal no pierde nunca su esencia, el ser humano sí. También puedo escribir otros versos igual de letales: Escurre agua de rosas la noche en el jardín de mi casa;  desde el vientre materno tengo el sol en mi pecho, comunión de la naturaleza y el yo. Mostrar la belleza imprime el espíritu de luchar por ella: denuncia el vivir ceniciento.


EL CORREDERA    

¡Cuánta vida debió correr por tus venas
para defender la vida contra la muerte
y en tu muerte la vida triunfara
dejándote con vida después de muerto!

No vengo a llorar cómo te dieron muerte,
vengo a sacar de la tumba al hombre
de  atlántico en el pecho para plantarte
en la memoria de nuestros mares.

El son de un barranco corriendo en primavera
revive en ti al hombre que nos lava como un volcán
dándonos vida en esta muerte nuestra.



            MEMORIA HISTÓRICA

¿Por qué desenterrar a nuestros muertos?
¿Y tú lo preguntas?
 ¿Tú, empuñador de las mismas ideas
que rasgaron a hachazos la tierra
para enterrar con vida la sangre de otras ideas?
Pues, ¡sí! ¡Desenterrar a nuestros muertos!
¡Desenterrarlos de la muerte usurpadora de la muerte propia!
¡Quiero sus calaveras en los brazos del viento
para liberarlos de besos y abrazos errantes porque nunca se dieron.




En el aire y en los vertederos está la respuesta. Lanzas la palabra Dolor y el cielo se desploma en las cuerdas del viento, arrancando los techos de las casas. Lanzas miradas con cerebro a las  alcantarillas y las manos se te llenan de sangre y vísceras. Alto consumo orgánico del sistema. ¡Cómo nos vacía el capitalismo por dentro!



Los huesos que trabajan en la construcción crujen a los cuarenta, se agrietan a los cincuenta y se deshacen a los sesenta. A los sesenta y cinco, la jubilación.



Dilo tú, Sur, di que tú recuerdas al niño aparcero armando con el sacho la tierra, y
a la niña aparcera regando con los pies en la acequia. Di que recuerdas al niño y a la niña aparcera gateando en la hierba detrás de la madre aparcera, y como única escuela las hojas de los tomateros, el lápiz de las tizas y el libro del cantero. Dilo tú Sur, di que la niña y el niño aparcero preguntaban a la tierra si los surcos en la playa eran también de sal.





Te busco en las faldriqueras, en los sombreros de palma y en las pamelas de tela. Te busco y te encuentro en los surcos de tomatero. Mujercita aparcera: siéntate conmigo
en el bajante de la tierra, nos tomaremos un café de tu termo interior de plata; quiero abrazar a mi abuela, abrazar contigo los días de niña aparcera. Mujercita aparcera:
eres la misma mujer de las chozas de piedra y casetas de madera; con el fardo a la cintura sacando tomates a la orilla. La misma mujer de jornada de sol, madrugadora del alba en la tierra hasta el despuntar de las estrellas. Mujercita aparcera, siéntate conmigo
en el bajante de la tierra, quiero abrazar el Sur de tu mirada.




Cilantro: hierba aromática usada como especia en el caldo de papas blanco y en el caldo de papas amarillo, comida de poco tiempo y también de poco dinero: agua, papas y fideos. Hierba también presente en la alta cocina pero sólo la mesa del pobre sabe servirla: no pierde su porte digno.



Cincuenta cabras ordeña ella sola todos los días al alba. Recién levantada, oliendo a sábanas y a romero viene con el agua de su pena y con el agua del relente a extraer la leche que le dan las cabras desde el verde y el dorado de las hierbas. Sé de ella, sé de su pena, y si pudiera le daría siete estrellas: las siete cabrillas del cielo.






La crema nívea trae a mis ojos la imagen de una mujer que se cuida en el sur árido de una tierra que no escucha y calladamente guarda silencio ante el sollozo de quien sabe que mañana también será tierra árida de secano.



Madre, dime que es verdad que hoy el sol se puso en tu regazo amaneciendo en tu seno
todos los días buenos. Dime que amaneciste el día en las noches sin tiempo y que a tu paso se borraron las sombras heladas de la tristeza. Madre, dime que es verdad que tu vientre dio a luz el fin de todas las guerras.




No me gusta, madre, este tiempo de mujer; no me gusta cómo se mide en mi carne
este tiempo viejo que no viene desde el principio, tiempo usado que me quita el mío
prisionera de calles y de edificios.





La luna sabe lo que deseas y anda por riscos y laderas hablando con perros lobo y pastores para que te dejen descarriada y sin cencerro y sin corral. Cabra te quieres tú, te quiere la luna, te quieren los campos atraídos por la luna llena de tus pechos de trigo; cabra te quieren tus hijas por caminos reales y acequias. Una cabra de costa, de monte; una cabra negra, blanca, rucia, una cabra loca, harta de millo dorado y de hierba. Una cabra sin pastor y sin corral.


La hermosa hormiguita enseña su regalo. Calladamente silenciosa hace suyos dragos de llanto; sin embargo, aun no cree que en sus manos naciera un hermoso jazmín.




¡Cuánta soberbia sus cuerpos esculpidos a golpes de escoplo y  martillo! ¡Cuánta fuerza la de sus piernas, sus brazos, hombros y espaldas enhebrando los cimientos y columnas de mi ciudad!  Cuánto amor sus manos en el hierro, en el cemento, en la arena y en el agua. Cuánto saber milenario delinear, trazar y construir el espacio de los sueños.




La recuerdo preparar el bolso obrero de mi padre; recuerdo sus manos cálidas calentar al alba el desayuno y el almuerzo que cariñosamente guardaba en el bolso azul de plástico. La recuerdo haciendo, con semblante serio, las listas de la compra, listas de compras meditadas que cuadraban con esfuerzo el sueldo a las mesas del bolso. En el bolso le amaba, recuperaba del andamio la fuerza de sus caderas, el aliento de sus  y el aguade del deseo.


Rota y mil veces mujer vuelta a romper,
y véanme aquí: mujer mil veces vuelta a componer.
Me rompen los golpes de asfalto
y me cosen las raíces del planeta.
¡¿Cómo me voy a rendir
si en mí corre la sangre de siglos
de mujeres rotas?!
¡Se derramaría toda su sangre con la mía!
Ante cada herida me sumerjo en la tierra
y como un volcán salgo a la vida.



No pudo tu piel blanca con el peso de su piel negra, aunque la arrojaras por un precipicio buscaría de nuevo el pan de la calle. No pudiste limpiar la noche de prostitutas negras, te desangraste de pena por ella. Y te alejaste, posada la piel negra de la noche en tu carne herida.
                
      





¡Que vengan todos los mares y montañas!

¡Que vengan todas las generaciones de los siglos,

que muy mal lo estamos haciendo

para que la tierra y el cielo se le junten a un niño!

Que vengan, que vengan todos, aquí yace: Iqbal Masih.






Una mariposa mueve sus alas

en los huesos de Victor Jara:

suena la guitarra.







Y dijo Jesús:

no me vengan como yo,

los quiero hombres y mujeres Vitruvio,

con los pies juntos y los brazos en cruz.













Mi espalda es mía, nada ni nadie me la dobla. Pero a veces mi piel cae a trozos en la espalda herida del otro aliviando su pena.








Son las tres de la mañana. Y él, policía local de noche, hace su ronda rutinaria. Un grupo de personas esperan su turno de alimentos en los contenedores de basura. Él se acerca y sus ojos se encuentran con los suyos. Le atraviesa el alma y tiembla como un árbol. «Dando una vuelta, ¿no puedes dormir?, te invito a un café» Hablan de la noche, del sueño, del tiempo. Sorbos calientes de café y silencios que por respeto y vergüenza no quieren romper.




Llegó la paloma al mar con el sueño roto bajo el ala; depositó su vuelo en la orilla y a la mar lloró su pena. De dónde vienes –le pregunta el mar–que en tu plumaje engarzada llora ensangrentada la rosa y al océano son tus ojos manantiales de duro invierno; de dónde, paloma, son los recuerdos de tus huellas que a la arena hacen llorar; de dónde son los llantos que aun prendidos de tus plumas se esparcen  como susurros. De dónde, paloma, los niños y niñas que a tus pies anillaron juegos infantiles.



            No tiene nada y de la nada, la sonrisa y el andar le quitan. Le borran el mañana.



Entre tropiezos de risa por no saber fecha a su vida, Paquita responde con verdad que sus años son cuando la guerra. Con cuánta verdad Paquita dice su edad,  pues ella nació con muchas guerras: Paquita recién nacida, Paquita niña, Paquita mujer; Paquita naciendo, creciendo, Paquita con muchas guerras envejeciendo: guerra civil, guerra del hombre, guerra del hijo. Paquita cumplió muchos años cumpliendo muchas guerras.




Con la cabeza en la casa, con la casa en la cabeza, así ando siempre con la casa siempre a cuestas. Desde el trabajo, desde la calle, desde la cama lavo, plancho, cocino y limpio
y al día siguiente lo mismo. No es extraño que de mi digan que anda loca la vecina gritando por las calles que su cocina le habla.  Pero es que, a mí, mi cocina me habla:
me hablan en el fregadero los cubiertos, sartenes y calderos; en la nevera, los alimentos transgénicos y la comida en la despensa. Hasta los ácaros del polvo me hablan con terrible alergia. Cualquier día me pondré con la casa panza al tiempo y que sea la limpieza obra de la lluvia y del viento.


Mírate a la niña, mar,
dile que también ella tiene
un fondo de mar.
Mírate a la niña, sol,
dile que también ella tiene
en cada párpado un sol.
Sol y mar la miran,
miran como las niñas
de sus ojos mujer
le ofrecen mares de agua y sal.




La nieta le pregunta a la abuela, que si ella ha sido buena por qué no tiene su estrella. La abuela, con semblante serio, se dirige al firmamento: ¿Y la estrella de mi nieta? ¿Dónde está su estrella? La estrella que no tuve para que la tuviera mi hija; la estrella que no tuvo mi hija para que la tuviera mi nieta. El firmamento le acerca tres estrellas: una ya mayor, la otra más joven, y una jovencita con el nombre de la abuela, de la hija y de la nieta.
  



Ella va delante con sus dos hijos, y él detrás. Es domingo, imagino que almorzarán en casa de algún familiar, y que también tendrán un momento a solas después del mediodía. Pero sé que no, la conozco: su hombre no arde en el fuego de la carne, el alcohol de los bares lo consume. Es buena mujer, joven y trabajadora, sin embargo su cuerpo sólo arde en el fervor de la pena. No entiendo cómo no abre su alcoba a otra persona.


Lágrimas celestes y lilas se juntan en el mar, y en el azul del agua  se elevan al azul del cielo y descienden verdes sobre los valles en una misma lluvia. Verdes iguales y dulces los dos mares.






No la parió ni la amamantó, pero él se apodera de su útero como una cruz. La Iglesia, su única luz: se arrodilla, persigna, santigua  y toma el cuerpo de Cristo: «¡Ay, Jesús, por qué no ser tú el hombre de mi cruz!» Perdóname Señor. Virgen Santa Magdalena también soy yo. Confiesa, reza y hace promesa: "¡Virgen María, resguarda con agua bendita mi casa y mi cama y andaré en tu nombre los templos descalza! Se levanta
y en comunión con Cristo se santigua y se marcha.




No me gusta la manzana de Adán y Eva, tiene muchos precipicios. La única manzana que me gusta es la manzana del árbol de Newton: tiene mucho vuelo.






Tener vida y no vivirla duele más que no tenerla. Los cristales de sal se clavan en la carne.





Ella, madre de varios hijos, jornalera de los tomateros y mujer de un hombre que ella creía iba a llenar de colores su mente y no fue así, quería ser monja de clausura. No quería más cruces ni más rosarios de aurora terrenales del marido. Solo deseaba  el éxtasis del silencio a solas: vestido de colores que nunca se puso. Hoy la encontraron abrasada en lejía.








La vida  me descoloca los órganos: el corazón late en el centro del estómago y las neuronas palpitan en la planta de los pies. La teoría de Darwin en mí, no sé yo; ¿evolución de qué?





Volvamos a la fuente de nuestros cuerpos desnudos, a los desiertos y verdes valles, a la piel sin edificios, a los ríos con agua. Así no habrá más violencia en nosotros y tendremos el empuje de la rosa en el cáliz abriendo sus pétalos, de la semilla en la tierra hasta el verde que brota,  del azahar hasta alcanzar la flor, solamente.





No me dibujes heridas y hematomas.
El no a la violencia se dibuja con luz.




El principio de sincronización es necesario, nos permite llegar a tiempo. Pero en ocasiones no es afortunado, por ejemplo: nos oculta la otra cara de la luna, tarda el mismo tiempo en recorrerse a sí misma que en recorrer  la tierra, aunque también es verdad que van muy unidas y entra en juego la gravedad.



A Venus le llega más el sol, pero Marte tiene dos satélites y Venus no. Son climas solares diferentes que se complementan: en Venus  400º C y en Marte 60º bajo cero.




No me fío de los símbolos,

no es casual

el trazo de un camino.





Tantos años siendo mujer y no sabía que los símbolos de nuestros sexos, un círculo con una flecha y un círculo posado sobre una cruz, fueran el Dios Marte de la Guerra, con escudo y una lanza, y la Diosa Venus del Amor sosteniendo un espejo. No sabía que en el cielo nuestros sexos fueran el planeta Marte y el planeta Venus.



¿Por qué, de todos los dioses, se tomó al Dios de la Guerra para el hombre y para la mujer a la Diosa del Amor? ¿Amor y Guerra? ¿Eso es? ¿Quién unió a Venus con Marte? ¿No anduvo Venus también con Eros? Me gustan los planetas, y especialmente el planeta Marte, pero no me gusta su Dios como símbolo del hombre; la mujer también es roja y fuerte y el hombre también es amor.





Quítame el género y déjame sólo el sexo: sentidos y razón. Los sexos desnudos no sangran los cuerpos.

 




Tomo el símbolo de mi sexo y lo despojo de la cruz: aro en movimiento conmigo dentro.






Despojemos nuestros sexos de las cruces y flechas y ya no harán falta los escudos y las lanzas.




Aparto las nubes del cielo y me miro en el espejo: el Sol,  la Luna, Venus y Marte. Observo su claridad para aprender su luz.



Hombres y mujeres de África, Europa, América, Asia y Oceanía: subamos al cielo,

y, despojemos, al Dios Marte y a la Diosa Venus, de la lanza, el escudo y el espejo.

Volverá entonces la luna a las manos de Venus y el sol al pecho de Marte, astros

celestes de nuestros sexos. Desnudos, sin cruces ni flechas clavadas en nuestros

cuerpos, bajaremos a los cinco continentes.




Nunca me han gustado los reptiles. Pero últimamente me gustan las serpientes. Me agrada la imagen de serpiente encantada. Me proyecto en ella y en suave remolino tomo el agua del suelo, primero a grandes tragos, después a sorbos y por último mojando mis labios; soplo las hojas secas y asciendo: doy vueltas de cuclillas, rodillas, caderas, cintura, la espalda erguida y es aquí donde comienza el ciclón. Un llanto antiguo  resquebraja las paredes de mi estómago y desploma los techos de mis cuevas.
Se revuelven los órganos y saltan las llaves de paso. Un alarido se arrastra por las venas y revienta en el pecho. Cesa la tormenta, escurren las paredes y el agua se desliza mansa por la acequia. Vuelve la sangre a las venas; serena danza del pecho en el vientre y me muevo lenta, ondulante, sin velos ni espejos en el rito griego de salud de mi veneno: la  luna creciente muerde en hoz mi cuello. Bebe mi animal herido y no muero.




Por mucha imaginación que ponga entre mis piernas, a mis días de regla no los puedo llamar días de pétalos rojos, ni días de ciclo interlunar ni de encuentro cósmico. Simplemente me siento fiera herida en el campo de batalla de óvulos rotos.



Traerme a este estado en que levito los muchos años que ya tengo, y también la poesía,
pero es tan preciada por mí esta locura que ni en la misma muerte quiero mi cordura. Andaba recitando versos a los molinos de viento y en brazos de gigantes me encuentro. Fue tal mi gallardía que, desde entonces, sólo mujer Quijote por los caminos me quiero, sin más armadura y escudero que mis versos y mi pecho. Señor Cervantes, permítame la osadía de llamarme como su hidalgo, y emprender empresas que, aun no siendo iguales, tienen en común la valentía, diferenciándose en que no siendo yo hombre necesito mandato divino para sortear los obstáculos que por mi sexo me abortarían. Y es por ello que a todos digo que esto de mujer Quijote me lo mandó Dios, valiéndome también dicho mandato de crédito frente al capital por su gran deuda celestial. Será mi hazaña recoger en versos las cosas que a solas mueren para tragar y palpar lo mismo que tragan y palpan sus cuerpos. Señor Cervantes, ¿se imagina, cuántos árboles en versos me abrirían  recorriendo al atardecer las calles y plazas, los valles y montañas empapada en el agua de cachos de carne por silencio rota?
BENITA LÓPEZ PEÑATE

Un poema haikus de mi hermana Ana, en Playa Blanca (Puerto del Rosario, Fuerteventura)

                En noches libres             los cantos de las pardelas.               Suave murmullo.   Fotografía: Ana López Peñate Poema:...