1
A un lado la montaña
-cuarterías blancas y socos de
caña-,
al otro lado la playa
y en medio escultores de surcos
armando la tierra con el sacho.
Las mujeres lavan en la acequia y
rocían los patios.
Los niños y niñas juegan con palos
y verguillas.
Se avecina la zafra, se desandan las
cucañas.
Sombreros y pamelas las mujeres y
hombres.
Tiras de platanera, se hace la
latada,
la semilla se planta, se riega,
enguana y raspa la hierba.
Se deshijan y amarran los tomateros
a la primera y segunda caña.
Trabajador a la parte, flores
amarillas llenan de tomates
los fardos en la cintura, las cajas
en los bajantes
por un anticipo que no se desquita
nunca
y se debe siempre a quien pesa en el almacén la
fruta.
Termina la zafra, vuelven las
cucañas y los baños en la playa.
Se desliza la tarde, baño de agua
dulce
en el afluente de un risco junto a
la playa.
Regreso a la cuartería.
Conversaciones en los patios.
Se
encienden las velas.
2
En la caja de tomate
va la
sangre de mi familia.
Pesa treinta kilos.
En el recibo usted pone: 10 kg. de
apto,
15 de tara y cinco de verde.
Deme la sangre que falta. Es mía.
3
En la caja de tomate
ondea la sangre
del sudor derramado en el surco.
Presencia el pesaje y exige su
fruto.
Se aleja, el capataz lo apunta.
Son las tres de la madrugada.
El viento ruge en los techos de
plancha.
Ladran los perros, se despiertan los
niños,
la Guardia Civil toca en la puerta.
Se desangra la luna llena,
aúllan los cardones y tabaibas,
La mujer destila su pena.
Escurren las montañas de relentada.
El sol asoma en el agua.
Por el camino de tierra
regresa caminando el aparcero
Celedonio.
Fotografía: Francisco López
Autora del texto: Benita López
Peñate. (Libros de sal, Beginbook, 2010)