Un verso recoge el ser de Carilda Oliver Labra: «Me desordeno, amor, me desordeno». Aquí está la poeta, la mujer auténtica, sin vestiduras que constriñan la libertad del espíritu, un espíritu que se amasa y hace carne con harina del pan verdadero: la pasión. Porque, qué es la vida sin pasión. Nada, y ella lo sabe, porque muere si no es auténtica. Cuántas mujeres y cuántos hombres han muerto por no serlo. Esta mujer se desordena, porque es ese el único orden que conoce la pasión. Y ella canta, desnuda su cuerpo y lo convierte en poemas, en éxtasis, cuando un hombre naufraga en su cama. Canción que escuchamos al leerla, canción espejo donde se ven reflejados los espíritus libres y los espíritus encarcelados. Poemas auténticos, sin artilugios y sin añadidos ajenos al temblor de su piel. El fuego destila agua en las manos de Carilda, y con ella construye sus versos, agua destilada en la fuente de fuego de la pasión. Y por eso siempre está presente esa lluvia en sus poemas, no solo...