Un verso recoge el ser de Carilda Oliver Labra: «Me
desordeno, amor, me desordeno». Aquí está la poeta, la mujer auténtica, sin
vestiduras que constriñan la libertad del espíritu, un espíritu que se amasa y
hace carne con harina del pan verdadero: la pasión. Porque, qué es la vida sin pasión. Nada, y
ella lo sabe, porque muere si no es auténtica. Cuántas mujeres y cuántos
hombres han muerto por no serlo. Esta mujer se desordena, porque es ese el
único orden que conoce la pasión. Y ella canta, desnuda su cuerpo y lo
convierte en poemas, en éxtasis, cuando un hombre naufraga en su cama. Canción
que escuchamos al leerla, canción espejo donde se ven reflejados los espíritus
libres y los espíritus encarcelados. Poemas auténticos, sin artilugios y sin
añadidos ajenos al temblor de su piel. El fuego destila agua en las manos de
Carilda, y con ella construye sus versos, agua destilada en la fuente de fuego
de la pasión. Y por eso siempre está presente esa lluvia en sus poemas, no solo
cuando nos habla de ella, inmersa en la cama con un hombre, sino también cuando
camina por lo más cotidiano. Eleva a lo sagrado lo cotidiano, porque detrás de
sus versos está el aire cálido de la llama, enmaderado sostén de sus versos.
Sus poemas vienen del temblor del agua y del fuego: lo
afirma cuando se describe en el poema
titulado «Carilda» : «Beso la sed del
agua, pinto el temblor del loto», o
cuando se detiene en la intimidad de una gota, como sucede, por ejemplo, en el
poema «Anoche»: «Hoy encontré esa mancha en el lecho, tan honda que me puse a pensar gravemente: la vida cabe
en una gota»: en esa gota de agua íntima ve ella al mundo, porque esa gota se
destiló de la tierra, del fuego, del aire y del agua, la noche en que se acostó «con un hombre y su sombra».
Carilda es ave que eleva su canto al mundo. Sus poemas y ella se funden,
estatua del aire en la plaza más alta y visible del universo: en homenaje al
ser humano libre de cruces y flechas, de escudos y de lanzas, libre de los
vestidos que alambran en la conciencia nuestros sexos, y en homenaje a la
energía universal y a la materia, al hallazgo trascendental de Einstein: E=mc2.
Sin pasión, ¿qué es la materia? «Pero no habléis tanto de cohetes atómicos, que
sucede una cosa terrible: yo he besado poco», canta en su poema «Declaración de
Amor», inspirado en la frase «Haz el amor, no la guerra».
En
Carilda, el camino vital y el camino de creación poética se alimentan mutuamente,
conformando un solo río: y como si fueran nenúfares, se visibilizan los poemas
en la superficie del agua. En los diferentes tramos de la edad se la ve, mujer poderosamente bella,
rebosante de fortalezas; pero su belleza más nítida es ahora, en el tramo de
los noventa: Carilda -cada vez menos carne, cada vez más espíritu-, muestra el
maderamen, el esqueleto poético sostén de su obra, espíritu recubierto solo por
la fuente que dio origen a sus versos,
sensualidad que se desliza en madeja de agua y
seda, cuando tiende su mano para saludar a quienes se acercan, con pasos
sobrecogidos, con respeto y admiración a
la divinidad de todo lo que ella encarna: la delicadeza del ser poético,
«mirando para arriba el sol se me convierte/ en una luz redonda y celestial que
canta», es más visible ahora que antes en su modo de andar y de moverse; y
también la delicadeza de: «Si el amor está cerca /no habría que temer la
noche:/ madre de la aurora». No hay que temer a la muerte si el amor está
cerca. En este tramo último del río ella necesita seguir sintiendo la paz del
desorden para salvarse «de la última trampa».
BENITA LÓPEZ PEÑATE
Fuentes:
«Desnuda
y para siempre». Editorial Ácana, Camagüey 2016, Cuba.
«Una
historia del deseo». Editorial Gente Nueva, La Habana 2015, Cuba.
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