Ruido de alegría. Alegría
que grita, que salta y tiene al corazón de unas manos de la alegría a otras.
No puedo exigir que guarde silencio, que esté quieta, pero sí rogar que se quede conmigo, lejos de la exaltación para que mi corazón no sufra, que sonría tan solo, ofrendando su silencio para que perdure en rosario de gotas.
No puedo exigir que guarde silencio, que esté quieta, pero sí rogar que se quede conmigo, lejos de la exaltación para que mi corazón no sufra, que sonría tan solo, ofrendando su silencio para que perdure en rosario de gotas.
Tengo surcos para enraizar
la belleza. Asiento su resplandor en el
pecho. En un susurro de tierra la planto
y entonces la alegría crece serena, desuniendo ramas que tensan las cuerdas del camino.
Para que la belleza no se pierda, para que no anide en el ánimo los latidos de
un corazón exaltado, construyo tierra y muros para que tan solo sea continuación
de la casa común, la casa que recorro todos los días.
Dentro de la casa, la alegría se torna pensamiento sereno que abona la tierra del pensamiento serio. Solo así descubro la alegría en toda su magnitud, la belleza en todos sus matices.
Tengo un árbol de la alegría. Subí a lo alto y descendí. El tambor de los pasos retumbó en el suelo duro. Cada golpe era la azada cavando surcos.
Dentro de la casa, la alegría se torna pensamiento sereno que abona la tierra del pensamiento serio. Solo así descubro la alegría en toda su magnitud, la belleza en todos sus matices.
Tengo un árbol de la alegría. Subí a lo alto y descendí. El tambor de los pasos retumbó en el suelo duro. Cada golpe era la azada cavando surcos.
Benita López Peñate