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Estanque de tierra


Estanque de tierra. Cuando llueve, el agua viene aquí. En la montaña tiene el camino. No es de hormigón ni de piedra ni de hierro. Es solo un estanque de tierra. La primera agua en llegar se oculta y  no se la ve, desciende  y cuando ya es agua sobre agua, rezuma  la superficie: debajo de ella es solo tierra anegada de agua. Y tienes miedo. Miedo porque a tus ojos el agua llega y se va y piensas que este sostén que has construido con tierra no la contendrá, no la guardará  para cuando la necesites para alimentar tus tierras. Y el milagro, agua sostén del agua, sucede: el agua no se oxida, no se agrieta, no se rompe, subyace en lo invisible, en lo oculto y ahí solo beben los futuros cantos de semilleros, que es casi nada, que no es nada, porque ahora nada en la superficie sostiene. No sostiene a un bosque, no sostiene ramaje, solo a la misma tierra que está bajo de lo visible sostiene. La única agua que se aleja es la que se lleva la luz. Y si tal vez existiera otra agua que se pierde sería madeja de hilos que la tierra atesora abiertos  para comunicarse con otras tierras.  Pero está tan empapada que el barro se tranca y es en la tierra cerradura que no deja pasar al agua. Puerta herméticamente cerrada, puerta que no es puerta, cerradura que no es cerradura en este edificio de tierra y agua sólidamente sellado. Ahora solo es un estanque de tierra sin agua. Brilla en la superficie un círculo de musgo naranja. Necesita un sello, un sello para volar. En los alrededores, sin alejarme, permanecen mis alas, las alas de una semilla dispuesta a alzar el vuelo.
Benita López Peñate

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