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Tierra de tomatero

Pintura de Dunia Sánchez Padrón,  pintora y escritora canaria.



Llanura de tierra roja próxima al barro si existiera una gota de agua. Su planicie puede ser de castillos deshechos, de castillos de sueños derrumbados como huellas de un ser vivo desvanecidas con el paso del tiempo tras su muerte.  Por los resquicios de la memoria me llegan notas tocando al silencio de un sacho o de una palilla o de voces en tierra de tomateros. No me llega, o no recuerdo, o bien desapareció el esfuerzo, el cansancio, la fatiga, las penurias del corazón latiendo mis brazos,  mi espalda amasando una tierra en busca de pan suficiente para cubrir la mesa, para cubrir los platos con una porción digna. Se me olvida ese latido humano de la historia de esta tierra; solo me llegan los sonidos del trabajo, melodía   que una y otra vez necesito, indago y busco para tener paz en la mente, notas que en mis oídos permitía el movimiento de mis brazos, de mis piernas, de mi espalda cargando esta tierra.

Llevo a mi espalda y sobre mis hombros
muros de piedra que sostenían ayer el agua.
Hoy solo son recuerdos de gotas,
melodía de una gota, y después otra y otra
como un cordel de la mar.
Llevo también sobre mi espalda y hombros
muros de piedra que sostenían la tierra
para el cultivo de una montaña.
Hoy solo son escalones vacíos,
remembranza  de que es posible
arrancar a la tierra el fruto de una semilla.
Todo son ruinas del ayer,
pero también construcciones del mañana
protegiendo los muros de cada gota de tierra
convertida en barro.
Todo esto pienso porque lo miro a distancias,
a distancia de mi corazón latiendo en mis pies,
cada vez más agitado cuanto más cerca esté de la tierra,
 de las construcciones de ayer, de mañana
y del vacío acuciante que la impregna hoy.

 La melodía que me llega sosteniendo los recuerdos, la melodía que aparentemente se muestra como si solo fuera consecuencia, humo en el aire de una hoguera desprendido de las brasas, es, sin embargo, el sostén del fuego, el sostén del aire, el sostén de la tierra como la poesía que sostiene al bosque en el esqueleto de sus versos. El bosque desvanece, se desvanece lo espeso, lo verde, los colores, todo desaparece y solo queda la espiga que vertebra al agua para que la savia camine y corra. Ese es el bosque, el bosque verdadero, el bosque sostenido en medio por una grieta, la grieta que el poeta recoge en sus versos, a donde van todos los ruidos. El verde, el ramaje,  la hermosura también originan ruido.
Es necesario medular, columnar en nuestra mente aquello que no se ve, aquello que pasa desapercibido, oculto en todo lo que brota forrado de vida. Las notas que a mis oídos llega tocando al silencio, sostenían mi espalda erguida cargando esta tierra de tomateros bajo el yugo feudal de la aparcería golpeando nuestros hombros.
 Benita López Peñate





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