Por muchas artes que nos habiten
de antes y después del gran río,
a la agricultura no dejarla atrás,
es la única que nos proporciona alimento
en la mesa en que se come
y en la mesa en que se escribe.
Cada agua tiene su huerta,
espesos muros la aíslan,
corazón de día en la calle
y de noche a resguardo.
El agua ajena no sacia el fruto,
las flores se desgajan del verde
y nombran a su tierra
si el agua no pertenece
a la tierra que lo declama.
En el agua propia la savia fluye
por caminos innatos.
Los poemas no hacen ruido.
Fotografía: Airam Hernández López Texto: Benita López Peñate |